Yami wo ukeire futatabi asa kitaru [ESP]
Autor: simph8
Yami wo ukeire futatabi asa kitaru
(Acepta la oscuridad y volverá a llegar la mañana)
Takaki Yuya cogió
al chico por el pelo, tirándolo casi hasta arrancarlo, mientras con la otra
mano tenía entre los dedos un cuchillo bastante ahilado, empezando a pasarlo
sin delicadez en la espalda del menor, hiriéndolo.
El chico se
mordió un labio hasta sangrar. No iba a darle la satisfacción de verlo gemir de
dolor.
Yuya se limitó a
hacer una sonrisa malvada. Cogió al chico de las caderas, empezando a empujar
más brutalmente dentro de él.
Observó su cuerpo
por un momento. Chinen Yuri, su pequeño esclavo sexual, tenía las manos atadas
detrás de la espalda y ocultaba la cara en la almohada, mordiéndola con todas
las fuerzas que tenía, mientras Yuya empujaba dentro de él, indiferente a lo
que sentía el menor.
Se aferró a sus
caderas, haciéndolo arrodillar y volviendo a tirarle la cabeza atrás, para
hacerle sentir mejor, más fondo y más dolorosamente, la erección dentro su
cuerpo
Retomó el
cuchillo, siguiendo dejando cortes más o menos profundos alrededor de las
escápulas, deslizando abajo y dejando estelas de sangre a su pasaje.
Se bajó y le
lamió despacio el cuello, acabando detrás de la oreja, jadeando en su oído, la
voz ronca por la excitación. Ignoró deliberadamente la mueca de asco del menor.
Al final, no le
interesaba mucho. Lo que importaba era que gozara él.
Entrecerró los
ojos, empujando más y más fuerte dentro de él, sin tener éxito de pensar en
nada más.
Sus gemidos se
hicieron más y más altos, rocos, mientras el chico cerraba los ojos con toda la
fuerza que tenía.
Yuri deseaba
solamente que acabara pronto. Nada más.
Casi se sintió
mejor al sentirlo correrse dentro de sí. Significaba que podía estar tranquilo,
al menos por un poco de tiempo.
Abrió despacio
los ojos, mientras Yuya salía de su cuerpo, alejándolo sin gracia. Chinen
colapsó bocarriba, los brazos que dolían por la falta de circulación y la
mordaza que tenía en la boca que estaba casi por sofocarlo.
Observó al yakuza
levantarse de la cama después de un rato y dirigirse desnudo a la nevera,
tomándose una cerveza.
Chinen observó su
espalda mientras se alejaba. Observó el tatuaje en esa espalda. Un dragón
enorme, finamente tatuado y colorado.
Empezaba un poco
más arriba de la base de la espalda, la cola que se retorcía en esa, y se abría
en toda el área, cubriéndola casi enteramente.
La boca abierta
que escupía fuego acababa en el hombro.
Odiaba el
tatuaje. Era lo primero que recordase haber visto de Yuya, y recordaba de haber
tenido miedo. Odiaba todo en ese hombre, aunque fuera gracias a él si seguía
con vida.
Le habría gustado
arrancarle toda la piel.
Yuya se giró
hacia él, mirándolo con una sonrisita.
“Eres más hermoso
cubierto de sangre y esperma, Yuri.” se burló de él, abriendo la lata y dando
un trago. “Deberías quedarte siempre así.”
Se sentó en la
silla, siguiendo observándolo. Se sentía de vuelta excitado, pero no tenía
tiempo para follárselo otra vez.
Echó un vistazo
al reloj colgado a la pared de la cocina, ignorando los gemidos del chico aún
atado a la cama.
Luego bajó la
lata en la mesa, volviendo a la habitación.
Le montó encima,
sentándose en su estómago y empezando a masturbarse. Entrecerró los ojos, la
mano que deslizaba bastante rápido ya en su erección, vuelto a sentirse
completamente excitado.
Jadeó en alta
voz, moviendo la mano abajo y arriba, antes de olvidarlo y mirar al chico. Le
quitó bruscamente la mordaza, levantándola de la boca, sin preocuparse de
haberle cubierto parte de la cara.
Le cogió el pelo
y le empujó la erección en boca, pronto hasta el fondo de la garganta,
moviéndola hacia adelante y hacia atrás, ignorando los jadeos y las quejas del
menor, a la búsqueda de aliento y de aire de respirar.
Luego, ya que aún
no tenía intención de sufocarlo, lo dejó ir, quitándole completamente la
mordaza y corriéndose con un espasmo en su cara, ensuciándolo.
Le colapsó a un
lado, jadeando. Se sentía bien.
El sexo estaba
satisfactorio. Especialmente con Yuri. Estaba bueno en la cama, aunque fuera
poco colaborativo.
Cuando lo había
elegido, alrededor de dos años antes, había estado muy por delante.
Se vistió en
pocos minutos y hurgó en el bolsillo, girando bruscamente al chico en el
estómago y liberándole las muñecas.
Yuri gimió de
alivio, dejándose ir en el colchón. Luego Yuya se bajó hacia él.
“Cuando volveré,
intenta ser un poco más colaborativo de hoy. No quieres hacerte realmente daño,
¿verdad?” le susurró al oído.
No esperó una
respuesta que, lo sabía, no iba a llegar. Riéndose, se fue.
Chinen se quedó
por un rato en la cama. Jadeaba, intentando recuperarse por esas horas
infernales, como cada día.
Yuya iba a estar
fuera hasta la noche, lo sabía. Quizá también más tarde, después de la cena, y
esto le dejaba bastante tiempo para hacer lo que quería.
Se puso en pie,
intentando tener cuidado de las heridas abiertas, y se vistió. Tenía hambre.
Cuando Yuya lo
había comprado, no tenía idea de lo que habría tenido que sufrir, pero podía
ser peor. Yuya no tenía respecto por él, no le importaba si sufría, si estaba
bien ni nada.
Pero sabía qué
era mejor de lo que podía aspirar. Tenía una cama, prendas y dinero.
Los otros como a
él, lo que habían sido vendidos para pagar deudas, estaban utilizados por
propósitos horribles. Muchos de los que había conocido durante los días antes
de que Yuya entrase en ese basurero, habían muerto. Quien no había sufrido la
real prostitución, quien había muerto carneado en un hueco después de haberle
quitado los órganos.
Y, aunque odiase
sentir el cuerpo de Yuya contra el propio, no quería morir. Aún no.
Se vistió,
despacio. Bajó a la calle. El barrio estaba completamente gestionado por los
yakuza y, incluso queriéndolo, habría sido difícil irse sin hacerse ver.
Se había
convertido en protegido de Takaki Yuya, brazo derecho del jefe que controlaba
todas las actividades, y parecía que Yuri tuviese una condena a muerte segura.
Sin embargo, Yuya no quería matarlo.
Solamente
follárselo. Una y otra vez. Y por Chinen, podía hacer lo que quería con su
cuerpo.
Lo que importaba
era que le permitiera, tarde o temprano, de llevar a cabo su venganza. Nada
más.
Al final, vivir
en ese barrio podía ser más rentable de lo que se podía esperar.
Entró despacio en
un restaurante de ramen. El dueño, un viejo que no parecía tener miedo de
ninguno de los oscuros personajes que entraban en su restaurante, lo saludó con
la cabeza.
Chinen se sentó a
la barra. Ordenó una cerveza y ramen de ternera.
“¿No eres un poco
joven para la cerveza?” le preguntó, como cada día.
El menor sonrió.
“Tengo dieciséis
años ya. Sé usar un arma y vivo con el brazo derecho del jefe. Puedo beber una
cerveza en paz, estoy seguro.” murmuró, nervioso, como cada día.
El hombre
suspiró, y después de un rato le dio un tazón de ramen.
La comió,
ávidamente. Tenía mucha hambre. Por causa de Yuya, llevaba sin comer de la
mañana antes.
Bebió la cerveza
de vez en cuando, intentando vaciar la mente. Se relajó, cuanto fuera capaz de
relajarse.
Luego, fue a dar
un paseo.
*
Yuya resopló en
el coche. Estaba conduciendo, y quería solamente volver a casa.
A dormir, pese a
que la idea de hacérsela chupar otra vez de Chinen pudiese ser bastante
interesante.
La espalda lo
estaba matando. Odiaba quedarse solo en el coche. Se puso más cómodo,
entrecerrando los ojos.
Yuya había ido a ver el grupo de chicos que habían
sido secuestrados, vendidos o que eran huérfanos, y que la yakuza había reunido
en un único depósito.
Los había mirado uno tras uno, y luego se había
detenido en Chinen. El chico no tenía miedo en los ojos, ni marcas claras de
desnutrición.
Parecía bastante sano para alguien que había
acabado ahí.
“¿Cómo te llamas?” preguntó, cogiéndolo por el
mentón y levantándole la cabeza.
“Chinen Yuri.” fue la respuesta firme que recibió.
Yuya sonrió, antes de darle una bofetada en la
cara, haciéndolo caer en el suelo. El menor volvió a levantarse, los ojos
húmedos y la nariz y el labio que sangraban.
“No me gustan los niños insolentes. ¿Tienes idea
de quién te enfrentas?”
“No. Y aun así, ¿debería tener miedo?” contestó
Chinen, mirándolo a los ojos.
La risa de Yuya se hizo más amarga. Lo cogió del
pelo, levantándolo, y lo echó a dos subordinados.
“Echadlo en el coche. Viene a casa conmigo.
Mientras tanto, podéis hacerle todo lo que queréis. Lo que importa es que sea
vivo cuando volveré.”
Los hombres lo habían cogido y Yuya había
chasqueado la lengua, molesto por los gritos del niño.
Tenía catorce años. Bastante para saber qué podía
pasar peor en la vida, más que ser vendido de sus padres para pagar deudas con
la yakuza.
Desde ese momento, Chinen Yuri se había convertido
en su propiedad.
*
Chinen resopló,
observando perezosamente la televisión. Eran más de las dos, ni rastro de Yuya.
Decidió acostarse.
Estaba cansado y
tenía sueño.
Iba a preocuparse
del yakuza cuando hubiese vuelto. Se echó en la cama, llevando solamente
calzoncillos.
Al volver, Yuya
iba a estar ya de humor pésimo, y no tenía intención de ponerlo aún más
nervioso.
Si era lo que
quería, iba a dárselo.
Cuando volvió a
despertarse, estaba aún solo en la cama. Se miró alrededor, y no había
presencias del pasaje de Yuya.
Sin preocuparse
mucho por el destino del yakuza – estaba seguro de que supiese defenderse solo
– Chinen volvió a vestirse.
Tenía calor y no
quería quedarse encerrado en casa. Si Yuya hubiese vuelto antes de él, lo
habría llamado. O lo habría buscado en persona, cogiéndolo de una muñeca y
llevándoselo a casa.
Había pasado ya.
Y sabía cómo iba a acabar.
Estaba por salir
de casa, cuando el mayor salió del ascensor. Le sonrió, malvado, y lo empujó de
vuelta adentro. Lo desnudó de una rapidez que sorprendió al menor, echándolo
encima de la mesa y cogiéndolo como a un animal.
No le interesaban
juguetes sexuales, no le interesaba atarlo o vendarlo. Sólo quería follarlo y,
de algún modo, era mejor así.
Iba a acabar más
pronto.
Cuando Yuya lo
dejó, Chinen se miró, una mueca de asco en la cara.
Yuya, ahora
acostado en la cama, la boca del dragón vivida en su hombro, no había perdido
su sonrisita.
“¿Te da tanto
asco? Pues, ¿Por qué no te mates?”
“No te dejaré
ganar, sábelo.” contestó Chinen, mirándolo y dirigiéndose al baño.
“Ah, sí. Tu
estúpida venganza.” murmuró Yuya, estirándose, desinteresado. “Nunca mataste a
alguien a sangre fría. Eres solamente un mocoso.”
Chinen se quedó
en silencio.
Tenía razón. Una
puta razón. Era solamente un mocoso que se hacía follar como a una puta.
Había aprendido a
usar un arma, a desmontarla y montarla. A cargarla. A gestionar una situación
de peligro.
Pero no era un
asesino.
Chasqueó la
lengua, irritado. Luego volvió a vestirse. Estaba harto de esperar.
Chinen corría rápido por los callejones del
barrio. Había tenido éxito de coger un autobús y luego el metro.
Había bajado la cabeza, intentando no llamar
demasiado la atención, pero las heridas en la cara, los cardenales y la ropa
desgastada no ayudaba.
Tenía que resistir solamente un poco más. Un poco
más, y después no iba a seguir sufriendo el yakuza, sus manos, su lengua, el
cuerpo que empujaba en el suyo, cada hora del día y de la noche, violándolo sin
darle paz.
Un poco más.
Y luego todo iba a volver como antes. Sus padres
habrían hecho algo para protegerlo esta vez, estaba seguro.
Escapó del túnel del metro, como si sintiera de
vuelta en el cuello el aliento de animal de Yuya, que lo perseguía a cualquier
momento.
En el aire fresco, respiró hondo. Sólo tenía que
resistir un poco más.
Al llegar a la nueva dirección, obtenida por otros
yakuza a través de favores, Chinen sintió los ojos húmedos por la felicidad.
Llegó al lugar que le interesaba un poco después
de la hora de cena. Echó un vistazo a su reloj.
Las nueve de la tarde. Tenía hambre. Pero iba a
comer dentro de poco. Con sus padres.
Se quedó detrás de un coche, observando la pequeña
casa, unificada a todas las otras. La nieve caía en copos sobre de él, y
temblaba por el frio, pero no le interesaba.
Un poco más y su vida habría vuelto la de siempre.
Estaba por moverse, cuando vio la puerta abrirse.
Su madre, hermosa como siempre, se arreglaba el abrigo y la bufanda. Su padre,
detrás de ella, acababa de atarse los zapatos.
Recordaba donde vivía antes. Un piso pequeño,
donde apenas había espacio para los tres de ellos.
Se preguntó dónde hubiesen encontrado el dinero
para esa casa. Sentía el aliento pesado, los ojos que despacio se rellenaban de
horror frente a las conjeturas que su mente estaba construyendo.
Los vio acercarse, y el coche se iluminó de lejos.
Chinen sufocó un grito asustado, ocultándose detrás de la camioneta cercana.
“Me gusta el invierno.” oyó decir a su madre. “La
nieve es muy linda, ¿no crees, querido?” preguntó sonriendo al marido.
“Sí. Además, este es el día de nuestro
renacimiento. Ahora que ya no tenemos deudas… todo es más sencillo, ¿verdad?”
Chinen sintió la respiración cortarse, las
lágrimas amontonarse en el borde de los ojos.
“Tuvimos suerte a encontrar una manera tan
sencilla para borrarlo todo. Yuri, al final, hizo su trabajo librándonos de su
presencia.”
Sus palabras fueron sufocadas por el ruido del
coche, que se fue después de algunos segundos. El menor sentía las fuerzas
abandonarlos y colapsó en el suelo, en la nieve.
No podía respirar, no tenía ni la fuerza de
llorar.
Se sentía inútil y abandonado.
Al levantarse y al volver en la acera, vio a Yuya
apoyado en la camioneta, las manos en los bolsillos.
Sobresaltó, sofocando un grito de sorpresa con las
manos. Sentía el miedo fluir en todas las células de su cuerpo.
El hombre le echó apenas un vistazo. Luego lo
cogió del collar de su chaqueta y lo empujó en el asiento delantero del coche.
Chinen no se atrevía ni a respirar. A Yuya lo molestaban sus sollozos.
El hombre entró en el asiento del conductor,
bajando la ventanilla y encendiendo un cigarrillo, chasqueando otra vez la
lengua, más y más irritado.
Levantó una mano y Chinen se acurrucó en sí mismo,
listo para absorber un golpe que no llegó.
Oyó otro chasqueo de lengua y luego la mano que le
cubría la cabeza con la capucha de la sudadera demasiado grande, más allá de
los ojos. La mano se quedó quieta algunos segundos en él, luego lo vio apoyar
un pie contra el coche y meterse más cómodo para humar.
“Por ahora, finjamos que tus sollozos de mocoso no
me molesten. Puedes llorar, si quieres.” oyó.
Chinen asintió despacio, susurrando algo que Yuya
no entendió, pero que interpretó como un ‘gracias’ sumiso. El menor se tiró las
piernas al pecho y ahogó sus sollozos contra las rodillas.
Se quedaron ahí por horas.
De ese momento Yuya, quizá entendiendo demasiado
bien los pensamientos de Chinen, había empezado a darle vagas lecciones de
defensa, justificándose con el hecho que no le habría gustado tener que cambiar
de esclavo.
Chinen había decidido de hacerse más dócil. De ese
momento en adelante, tenía una venganza de cumplir.
Chinen se
despertó. Había llegado el momento. Lo que esperaba y deseaba desde más que un
año, desde que había visto a sus padres, desde que los había oído decir que
hacía cuando había sido vendido las cosas estaban mejores, desde que había
visto que a ellos no le importaba nada de él.
Sólo quería
venganza. El resto no importaba. Que Yuya lo pegase, que lo atase a una cama,
violándolo como quería.
Tenía que
hacerlo.
Había vuelto en
el mismo lugar de un año antes. Nevaba otra vez. Esta vez no había llamado
atención en sí.
Parecía un normal
adolescente que regresaba. Sentía el arma presionar contra la cadera, ocultada
en el bolsillo interior de la chaqueta.
Había subido
rápidamente las escaleras, sin mirarse alrededor, y luego había llamado.
Cuando su madre
había abierto, la había empujada adentro, encerrando la puerta detrás de sí.
Había sacado el
arma, sin decir ni una palabra. Había empujado a su madre y su padre en la
habitación, guardando aún silencio.
Lo habían
reconocido, estaba más que seguro de eso. Y era esto que los asustaba más que
todo, no el arma.
Si hubiese
vuelto, deberían haberse despedido de su buena vida de ricos.
Cargó el arma,
despacio. Oyó la bala entrar en el cañón y se quedó quieto, el arma apuntada a
su madre. Ella antes. Después su padre.
La mano le
temblaba y tenía los ojos húmedos. Había esperado un año por ese momento, ¿Por
qué no tenía éxito de hacerlo?”
Oyó pasos detrás
de sí. Los habría reconocido con los ojos cerrados. Ni se giró.
“Siempre tienes
éxito de encontrarme, ¿verdad, Takaki?” dijo entre los dientes.
“Bueno, eres mi
puta, por supuesto que te encuentro siempre.” fue el comento del mayor, que se
apoyó en la pared, los brazos cruzados.
“¿Por qué estás
aquí?”
“Si sales de aquí
cubierto de sangre, alguien podría pararte. Y tengo bastantes problemas con los
mocosos que vuelven locos. Controlarte a ti es más sencillo.” se encendió un
cigarrillo.
Chinen volvió a
mirar a sus padres. Puso el dedo en el gatillo, siguiendo temblando.
Yuya resopló
nubes de humo de la boca. Se le acercó, llevando la boca a su oído. Chinen
había dejado de temblar meses antes al oír su aliento, pero esa vez tuvo un
escalofrío de miedo en la columna vertebras.
“Quieres
matarlos, ¿no? ¿Por qué hesitas? ¿Quieres que te acuerde de la razón para que
acabaste en mi casa, obligado a satisfacer mis caprichos? Míralos. Ellos viven
en esta casa linda y tú… tú sufres, todos los días. ¿No lo encuentras injusto?”
susurró, bajo.
Chinen asintió,
despacio, las mejillas rayadas por las lágrimas.
“Pues, muévete.
Aprieta el gatillo y date prisa. Tengo ganas de tener sexo.”
Chinen respiró
hondo, entrecerró los ojos y cuando los abrió de vuelta todos rasgos de
vacilación había desaparecido.
Del arma salieron
en sucesión rápida dos tiros. Los cadáveres de sus padres deslizaron en el
suelo.
Chinen se sintió
de repente vaciado de todo. Dejó caer el arma al suelo y colapsó en las
rodillas. Yuya chasqueó la lengua, encendiéndose otro cigarrillo, y recogió el
arma.
Puso el bloqueo,
y se la metió en los vaqueros. Lo cogió de un brazo, metiéndolo en pie y
empujándolo al coche sin llamar la atención.
Arrancó el motor
y se fueron, en silencio.
Chinen levantó
los ojos. Se sentía increíblemente bien. Había tenido su venganza. Estaba
satisfecho.
“¿Sabes qué,
Takaki?” dijo, bajo. “Al final, no es tan injusto lo que me pasó.”
“¿Qué dices,
mocoso? ¿Quieres que te pegue?” gruñó el hombre, asombrado.
“Puedes hacerlo.
Puedes pegarme. Puedes violarme. Puedes hacerme lo que quieres. Pero es mejor
estar contigo, que sé qué tipo de persona eres, que seguir viviendo con ellos.
Si no me hubiesen vendido dos años atrás, lo habrían hecho otra vez. Era un
obstáculo para ellos. Para ti no lo soy. Soy útil para ti, ¿no?”
“Tu discurso no
tiene sentido.” se limitó a decir el mayor, parándose a un semáforo.
Chinen se encogió
de hombros.
No le importaba
lo que pensaba Yuya. No le importaba de lo que pensaban los demás.
Ahora, lo único
que podía y quería hacer, era entrar en el grupo yakuza de Yuya.
Al final, lo que
pasaba a su cuerpo no estaba tan importante.
Podía salir muy
peor.
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